El pasado 26 de mayo tuvimos la ocasión de vivir una jornada memorable. Todas las satisfacciones personales me llenaron muchísimo, pero al ser compartidas, lo hicieron más aún. 

En los días previos, destacaría el traslado de Nuestra Señora de la Soledad, el día 23 de mayo. Acontecimiento excepcional, sobrio y elegante; en un ambiente que invitaba al recogimiento y al diálogo con ella. El mismo clima que se respiraba en el salón de tronos y en la capilla, durante las visitas en las vísperas de la procesión. 

En la mañana del mismo sábado, tanto en Santo Domingo como en la Basílica de la Esperanza, realizamos una ofrenda floral a las devociones marianas coronadas, con las que compartimos parroquia. Y, como no podía ser de otra manera, a nuestra Patrona en la Santa Iglesia Catedral. 

En la salida, una vez más, nos encomendamos a ella y pedimos salud para todos aquellos que la necesitan. Antes de abrirse las puertas, una mirada al trono queriendo encontrar a alguien que no estaba, porque él ya salió a su encuentro. 

También eché de menos a mis dos compañeros de Jueves Santo que, por motivos profesionales y familiares, nos acompañaban de otra manera. 

El primer motivo de orgullo y satisfacción, ya en la calle, fue llevar el guión de mi Virgen. Buena Muerte y Soledad son las referencias constantes en mi vida, pero es a ella a quién le cuento mis penas y también mis alegrías. 

Ya a la altura del Patio de los Naranjos, tuve el honor de que fuese el propio hermano mayor quien viniese a relevarme con el guión para cederme su martillo y levantar el trono. En ese momento recordé junto a sus hombres de trono, capataces y mayordomos, que en ese mismo lugar, dos años antes, Nuestra Señora de la Soledad salió coronada por esa puerta. A partir de ahí, la marcha ‘Virgen del Valle’ puso banda sonora a ese recuerdo que quedará grabado en mi memoria de congregante. 

Para el recuerdo también, el paso por Strachan, me fue imposible no girarme para verla tomar la calle. Más aún cuando los sones alegres y populares de la marcha que estaba sonando, eran la aportación a la cruceta de alguien cercano, que aunque se viste de verde cada Jueves Santo, no olvida que también es congregante desde su nacimiento. 

Hace años, una lesión me llevó a poner fin a mi andadura como hombre de trono. Pero la ocasión merecía que lo volviese a recordar por un momento. Así, me atreví a cruzar el Puente de la Esperanza a sus plantas con mis hermanos de la ‘Galera’, emocionado de nuevo al escuchar notas con nombre de Esperanza. 

Al llegar a Santo Domingo, y dejar el guión, mi procesión no podía terminar de una manera mejor, en mi varal de siempre y con los amigos de siempre. Así, cargado de recuerdos y sentimientos que se renuevan, el rezo de la ‘Salve Marinera’ y los acordes del himno nacional pusieron el broche de oro a una jornada inolvidable, en honor a Santa María de la Victoria, madre y abogada nuestra. 

Rogad por nos.