La junta de gobierno aprueba el proyecto de ejecución de un nuevo retablo para la capilla

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La obra, en la que participarán numerosos artistas, tendrá que ser ratificada por el capítulo de hermanos y contar con la aprobación de la Diócesis de Málaga

La junta de gobierno de la Congregación de Mena ha aprobado esta noche el proyecto de ejecución de un nuevo retablo para la capilla de la cofradía en la parroquia de Santo Domingo. 

En la obra, que parte de una antigua idea en el seno de la congregación de recuperar el altar que se perdió en los sucesos del 11 y 12 de mayo de 1931 con la quema de la iglesia perchelera, participarán numerosos artistas. Así, cuenta con un diseño realizado por el tallista sevillano Daniel Ibáñez Lirio, cuya idea original es del orfebre Manuel Valera Pérez. Además, el dorado lo realizará el dorador malagueño Alberto Berdugo Trujillo; la ejecución y el diseño de la orfebrería de las peanas de camarín para los titulares, el orfebre cordobés Manuel Valera Pérez, que llevó a cabo el halo de coronación de la Virgen de la Soledad; y el programa iconográfico, que ha sido desarrollado por el historiador Alberto J. Palomo Cruz, será de Encarnación Hurtado Molina y Álvaro Abrines Fraile. 

Diseño de las peanas de camarín para los titulares realizado por el orfebre Manuel Valera.

El proyecto, que tendrá que ser ratificado en el próximo capítulo de hermanos y contar con la aprobación de la Diócesis de Málaga, tiene previsto un periodo de ejecución de tres años. 

De esta manera, la cofradía no solo llevará a cabo un viejo anhelo sino que mejorará su patrimonio y la ubicación donde se da culto a los sagrados titulares. 


Consideraciones sobre la hechura e iconografía del proyectado retablo para la Congregación de Mena 

Alberto J. Palomo Cruz | Historiador

Algunos apuntes históricos


La Pontificia y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad
, es de las pocas cofradías históricas de Málaga que puede tener a gala de continuar residiendo en la misma sede canónica donde se rastrean sus orígenes. Se trata de una corporación dual ya que, como es bien sabido, en su actual configuración es la suma de la prestigiosa Hermandad de la Virgen de la Soledad, constituida en el siglo XVI y la Congregación de la Buena Muerte, cuya aprobación canónica data de 1862. Fusionadas ambas en 1915, aportó la primera de ella una imagen que había llegado a ser una de las principales devociones de la ciudad, y la segunda un Crucificado de una valía emblemática y artística mayúsculas.

El retablo antiguo 

El caso es que ambas efigies formaban parte del patrimonio cultual de la iglesia del antiguo convento de Santo Domingo. La antigua Dolorosa se veneraba en su capilla propia, cuyo solar los frailes dominicos habían otorgado a sus cofrades en 1579, contando con su respectiva sacristía y bóveda de enterramiento. Su situación, ayer y hoy, se corresponde con la primera capilla de la nave de la epístola del templo. Nada sabemos del aspecto y mobiliario primitivo de la capilla en cuestión, pero si consta que la gran inundación del Guadalmedina producida en 1680, la famosa “ríada de San Lino”, provocó una enorme devastación en el complejo monástico del Perchel que le afectó severamente. En todo caso, sabemos que la reconstrucción global del cenobio se prolongaría hasta bien entrada la centuria del XVIII. Es el resultado de la intervención de aquella época lo que deben reflejar las fotografías de la segunda mitad del siglo decimonónico y primera mitad del siguiente, que terminaría por desaparecer casi totalmente con motivo de la profanación y saqueo del año de 1931. Aunque, desgraciadamente no han llegado hasta nosotros unas instantáneas detalladas, porque todas son panorámicas parciales o motivadas por los montajes de los tronos procesionales, sí podemos advertir en ellas las trazas barrocas que ornamentaba aquel referido recinto. Se aprecian en estos testimonios gráficos las yeserías dieciochescas de las paredes, cúpula y camarín y, lo más importante para nuestro propósito, el retablo que albergaba la imagen de la Dolorosa de la Soledad y que, tras la unión con los congregantes de Mena, pasaría a acoger también al Crucificado. Ciertamente este altar era de una indiscutible estirpe barroca, compuesto de tres calles y un ático que ocupaba todo el medio punto del testero frontal del recinto, y donde campeaba como remate, debidamente enmarcado, una pequeña efigie de Cristo en la cruz. El mismo quedaba flanqueado por dos ángeles con tunicelas y bandas que sostenían emblemas pasionistas, y otros dos querubes desnudos en los extremos, todos ellos sobre repisas. En el conjunto destacaban, además de los diversos elementos ornamentales, los estípites que mostraban una elegante composición con los acostumbrados estrangulamientos piramidales y molduras cajeadas. Delimitaban estos elementos las dos hornacinas de las calles laterales, ocupadas por una pareja de santos que son imposibles de identificar claramente en las fotografías, si bien atendiendo a lo usual, casi seguro corresponderían a San Juan y a María Magdalena. Todo hace pensar que el conjunto estaba policromado en cuanto a sus fondos, mientras que las molduras, pinjantes y demás relieves se encontraban dorados.

En cuanto al Cristo de la Buena Muerte se refiere, desde su labra hasta la época de la desamortización, había estado oculto a los ojos de la mayoría de los fieles en la sala de profundis que formaba parte de la clausura conventual, y después situado a gran altura en el monumental retablo que poseía el presbiterio de la iglesia, por lo que su visión seguía siendo dificultosa. Puesto en valor por la conocida iniciativa del jesuita andorrano Juan Bautista Moga (1843-1905), pasaría por distintos altares hasta quedar instalado, como quedó dicho, en la capilla de la Virgen que, desde ese momento, fraguaría a su lado una impronta tan personal como universalmente reconocible.

El proyecto de un nuevo retablo 

Con la pretensión de contar con un patrimonio devocional y cultual acorde a su categoría y renombre, la Congregación de Mena va a emprender en corto plazo el proyecto de construcción de un retablo para sus sagrados titulares que responde a una tipología neobarroca, tan del agrado del mundo cofrade. Su diseño está basado en sus líneas principales en el altar antiguo comentado en el anterior apartado, aunque lógicamente enriquecido y transformado en cuanto a determinados detalles porque, y es el mejor ejemplo al respecto, resultaría del todo punto ilógico reproducir el Crucificado del ático, o la Magdalena de la hornacina lateral por resultar redundantes. Recuérdese, sobre este prurito de respeto a una obra antecedente, que una decisión parecida y de talante igual de respetuoso, ya se siguió en la década de los sesenta del pasado siglo cuando se acometieron las labores de restauración y reconstrucción del camarín, obra donde intervino personalmente en la planificación el que fuera hermano mayor, Álvaro Príes.

Traza e iconografía del retablo

Coronamiento con gloria y ángeles

Partiendo de este planteamiento se pretende crear una gran máquina en madera tallada y dorada en su totalidad que ocupe todo el testero frontal de la capilla cuya parte superior, de medio punto quedará centralizada por un rompimiento de gloria simbolizado en un nimbo circular de nubes y rayos que, de forma abstracta, alude a la divinidad eterna e inaccesible, aquí en claro paralelismo con el Cristo de la Buena Muerte entronizado en el camarín, y que es la manifestación de Dios humanado o sea hecho carne, lo que equivale a la conjugación simbólica de la doble esencia divina. La susodicha gloria. Sol, o transparente podría confeccionarse en su parte interna, la que sirve de base, con un material translúcido que permitiera el paso de la luz, de modo parecido a como se observa en la capilla catedralicia de la Encarnación, lo que resultaría simbólicamente muy efectista. En todo caso, el interior del rompimiento contendría el triángulo que, en la tradición cristiana se emplea para explicar de modo plástico el misterio de la Trinidad, ya que tal figura geométrica plasma sobre la superficie el simbolismo del número tres. Dentro cabría la posibilidad de grabar los caracteres sagrados para designar a Dios según el abecedario hebreo, el conocido como tetragrámaton, o sea “palabra de cuatro letras”, las que componen el nombre divino, documentadas al menos desde el siglo VII antes de Cristo. Sin abandonar el ático aparecen, al igual que en el retablo anterior, las figuras de dos ángeles y dos pequeños querubes. En los de la nueva versión, los primeros, en apariencia de mancebos vestidos con ropajes estofados, portarán respectivamente: el situado a la izquierda la caña con la esponja y el de la derecha la lanza de Longinos. Para subrayar esta simbología de las armas Christi, los dos angelitos desnudos con apariencia infantil que se alzarán en los extremos del coronamiento sostendrán dos cartelas o escudos con simbología relacionada con los titulares de la Congregación. Uno con la corona de espinas, tan personal en Mena, y el otro una flor de lis, en clara alusión a la Virgen de la Soledad, ya que este emblema es una constante en todo su ajuar personal.

Líneas generales del cuerpo del retablo

El resto del retablo, dividido así mismo en tres calles, seguirá las pautas habituales de la retablística del Barroco andaluz, con una calle central más ancha que las calles laterales, adaptada a la embocadura del hermoso camarín que permanecerá inalterable en su estética. La cornisa que separa el ático del resto del cuerpo del conjunto, aparece adelantada sobre los soportes y sutilmente elevada en su parte centralizada. Toda la decoración persigue buscar el mayor de los efectos, pero calibrados de tal forma que, de ninguna manera, produzca sensación de agobio, lo que se logrará con una estudiada proporción entre todos los elementos. Al igual que en el perdido retablo, los estilizados estípites compartimentarán, en vez de dos, cuatro tantas hornacinas capaces para acoger la imaginería secundaria que gira en torno a la propuesta que se expone a continuación.

Iconografía secundaria

Las hornacinas superiores

Además de la gloria y los ángeles ya descritos, el retablo de la Congregación ostentará, por parejas, la siguiente iconología. En las hornacinas superiores las alegorías de la Vieja y Nueva Alianza, encarnadas en dos opulentas matronas de ampulosos y ricos ropajes, que en cuanto a impronta tan impactante y vistosa resultarán a los ojos de quienes contemplen el altar. Su presencia queda justificada al considerar como el paso de una Ley a otra trajo como consecuencia la muerte de Cristo en la cruz, lo que enlaza a la perfección con la iconografía del titular de la Congregación. El mismo Concilio Vaticano II incide extensamente en esta idea, explicando en clave teológica como la Crucifixión del Redentor fue clave en la reconciliación de judíos y gentiles, ya que de ambos pueblos hizo una solo. Algo, además, fundamentado a la perfección en este fragmento de la Epístola de San Pablo a los Efesios (2,14-18):

Porque él es nuestra paz. El que de los pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio que los separaba, la enemistad, y anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus preceptos, parra crear en sí mismo, de los dos, un solo hombre nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Por él por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. 

Alegoría de la Vieja Alianza

Con estas premisas, la imagen situada en el flanco superior izquierdo contendrá la alegoría de la Vieja Alianza, encarnada en la persona de una hermosa mujer erguida y vestida con lujosos ropajes, en cuyos colores deben ser predominantes el púrpura en atención a que fue emanación del poder y la voluntad soberana de Dios. Dicha matrona llevará un velo sobre la cabeza y encima de éste una corona mural de cinco torres, que es la representación de Jerusalén, la ciudad santa donde residía el dominio veterotestamentario. En su mano izquierda sostendrá las tablas de la Ley, y con la derecha alzará una vasija, o recipiente similar. La testa velada viene a significar que Dios no se reveló en su plenitud en esta primera etapa de la Historia de Salvación, pero sí nos facilitó los diez mandamientos por los que regirnos y el anuncio de la eucaristía, presagiado en el receptáculo que sostiene la mujer, y que es trasunto del que usaban los hebreos para recoge el maná, el pan bajado del cielo con el que Dios alimentó al pueblo peregrino por el desierto. Para completar la emblemática, esta figura femenina lucirá en el pecho el efod, o pectoral de doce piedras que son trasunto de las doce tribus de Israel.

Alegoría de la Nueva Alianza

Contrapuesta a la hornacina de la matrona de la Vieja Ley aparecerá la personificación de la Nueva. Igualmente, de suma hermosura, su atavío debe ser espléndido, si cabe mucho más decorado, e igualmente de color púrpura como expresión que sus postulados va dirigido a reyes y sacerdotes, como figuradamente somos todos quienes integramos el pueblo de Dios. También estará la mujer en cuestión de pie y coronada, pero con una diadema de flores en la cabeza para manifestar que todas las virtudes concurren en ella. Además, al contrario de la Vieja Alianza, lucirá una espléndida cabellera, libre de velos, como exponente de la verdad revelada y plena que aporta la Nueva Alianza. Dicho de otro modo, sólo Jesús y sus enseñanzas hicieron posible retirar el velo de los errores que contenía la Antigua:

En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece. Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo ciega sus corazones, pero cuando se conviertan al Señor, caerá el velo (II Corintios 3, 16).

Los atributos iconográficos de esta figura quedarán completados con el cordero que acoge en su brazo izquierdo y que es representación del mismo Redentor que los judíos anunciaban como un león y, sin embargo, se presentó manso y humilde al igual que lo es este animal. El mismo, arropado sobre el torso de la mujer, estará acomodado sobre el libro de los siete sellos, que evidencia los juicios finales de Dios, según se dice en los textos del Apocalipsis:

Tú mereces tomar el libro y romper sus sellos porque fuiste inmolado y por tu muerte rescataste para Dios hombres de toda raza y lengua, pueblo y nación (5, 1-5).

Finalmente, esta matrona blandirá orgullosa en su mano diestra un cáliz que manifiesta el sacramento eucarístico que fundamenta toda la vida de la Iglesia, y que es extremadamente superior a aquel otro alimento que recibieron los israelitas en su destierro.

Las hornacinas inferiores

Imaginería dominica

San Telmo 

Las dos hornacinas inferiores a las que ocupan las matronas de la Ley mosaica y la cristiana, quedarán reservadas a las esculturas de dos bienaventurados dominicos muy en sintonía con la historia de la cofradía de la Virgen de la Soledad, ya que ambos fueron titulares de dos hermandades filiales y sufragáneas de la misma, como sabemos por la documentación que ha llegado hasta nosotros. Se recuperará así la memoria histórica de dos fraternidades que compartieron espacio y devoción “soleana”, porque tales fusiones buscaban lucrarse de los privilegios e indulgencias de las que gozaba la fraternidad pasionista. De este modo, la hornacina que se abre en la calle izquierda del retablo albergará a San Telmo (118?-1246), nacido en Frómista, patrón de Tuy y las gentes de la mar, muy especialmente de los mareantes, que ya en el siglo XVI en Málaga se constituyeron corporativamente en el convento perchelero de Santo Domingo para rendirle culto. La hermandad resultante quedó agregada a la poderosa Cofradía de la Soledad, y como filial suya participaban de la anual procesión del Corpus Christi procesionando a la imagen del Santo que veneraban. En el retablo, la efigie de mismo se presentará tonsurado, como corresponde a su condición de religioso, revestido del hábito dominico y portando en su mano siniestra la airosa maqueta de un navío con velamen, y en la otra una tea u antorcha, en recuerdo del famoso fuego de San Telmo, o descarga eléctrica que se observa con frecuencia en alta mar, y que antaño se identificaba con la protección que el santo ejercía sobre los navegantes.

San Vicente Ferrer 

Otra cofradía filial y dependiente de la Soledad, aproximadamente desde 1646 e igualmente radicada en Santo Domingo, tenía por titular a otro prócer de la orden de predicadores: el valenciano San Vicente Ferrer (1350-1419). Los componentes que integraban esta corporación, siguiendo las recias recomendaciones de este dominico, desfilaban como flagelantes en las procesiones de Viernes Santo de la corporación matriz. Este bienaventurado exhibiría como atributos propios, además del hábito blanco y negro y la respectiva tonsura o cerquillo en el pelo, una disciplina o flagelo que sustentaría entre sus dos manos, además de asir con la diestra un crucifijo. El primer objeto está relacionado con la función principal que la mencionada Hermanda filial imponía a sus miembros, mientras que el segundo era el habitual entre los predicadores que aleccionaban a las multitudes, como era el caso de San Vicente.

La embocadura del camarín

El retablo para presentar a la veneración pública los titulares de la Congregación de Mena contará, además de todo lo hasta aquí desarrollado, la importante novedad de que toda la embocadura exterior del espacio del camarín, quedará realzada con una labor de orfebrería. El resultado del cincelado conseguirá los mismos o parecidos elementos ornamentales del resto del altar, destacando sobremanera con su brillante esplendor la parte más noble e importante del mismo, de forma parecida a como hace un sagrario, ya que en su interior es donde quedan expuestos, el Crucificado, la Dolorosa y la Magdalena. Téngase en cuenta que la inclusión de este recurso de platería en altares de imágenes de mucha devoción es frecuente, emulando el proyectado para Mena un verdadero arco triunfal. 

La peana de las imágenes 

Las ánimas y la alegoría de la Buena Muerte 

Una peana se hace del todo necesaria porque, aunque en el pasado el camarín contó con una peana, hasta ahora la plataforma donde se alzaban las imágenes ha quedado confiada a la improvisación, especialmente con la confección de monte de corchos o similares, lo que a todas luces desmerece de un conjunto arquitectónico tan exquisito. Para subsanar esta carencia, a la par que se construye el retablo, es el deseo de la Congregación de encargar la construcción de una peana de orfebrería que, en una sola estructura, permita la entronización de las tres efigies veneradas. Esta pieza responderá a los postulados neobarrocos, siendo de hechuras rectilíneas, si bien en su parte central experimentará un realce que coincidirá justamente con el basamento ideado para sostener la cruz del Cristo de la Buena Muerte. Dos ángeles lo estarán señalando para que sea advertido por las almas del Purgatorio, repartidas por toda la extensión de la peana y representadas de medio cuerpo según su iconografía habitual. La inclusión de éstas, con gestos suplicantes en sus rostros y manos extendidas en solicitud de socorro, quedará justificada por la advocación complementaria del Crucificado titular de la Congregación que es la de Ánimas. Además de estas representaciones, la peana contaría con una cartela central que desarrollaría la alegoría de la Buena Muerte, cuya referencia principal es la que experimentó el mismo Jesús en el Calvario. En este relieve se verá a un hombre viejo que vive sus últimosmomentos, yaciendo en su lecho, con la mirada perdida hacia lo alto y sus manos cruzadas en actitud de plegaria. A su lado, confortándolo se encontrará, personificadas en figuras femeninas, la Fe y la Oración. La primera de ellas dirigirá su atención al moribundo mientras le señalará el Cielo donde en un rompimiento de nubes aparecerá Cristo sentado sobre el arco iris, símbolo de la concordia entre Dios y los hombres. La Fe también sustentará un cáliz, como recordatorio de la gracia y la ayuda que prestan los sacramentos en la hora postrera del hombre. La Oración por su parte, aparecerá arrodillada junto al camastro con las manos entrelazadas, mientras sobre su cabeza sobrevuela un corazón alado que expresa como las plegarias se elevan para llegar al Cielo. En un segundo plano de la escena, más desdibujadas, se podrá contemplar las también figuras alegóricas de la Esperanza y la Caridad, ocupadas en acoger a un grupo de niños que las rodean, como representación del prójimo más débil a quien estamos obligados a socorrer. Ambas matronas quedarán identificadas con sus respectivos atributos, que son el ancla y un corazón envuelto en llamas. Estas virtudes, expresadas en cuerpos femeninos, recordarán en este relieve cincelado que las buenas obras son esenciales para la salvación de los hombres y que, junto a la Fe y la Oración, facilitan la gracia de una Buena Muerte.

Estado de la capilla

Por último, debe destacarse que una vez instalado el nuevo retablo, el resto del recinto de la capilla mantendrá la impronta acostumbrada y por la que se distingue desde hace décadas, permaneciendo incólumes el revestimiento de mármoles negros que tanta severidad le aporta. Incluso el altar quedará enmarcado en su paño principal con placas de este material, por lo que en todo momento se guardará la mayor unicidad estética posible.