Queridos congregantes de Mena, apreciados feligreses:
En el pórtico de una santa cuaresma me dirijo a vosotros, amantes del Crucificado y de la Soledad de María, animándoos a seguir viviendo un camino que nos lleve al encuentro de Cristo que te espera siempre con los brazos abiertos en el hermano más sólo y necesitado.
Un Cristo que os ama y que os quiere recompensar por cada proyecto que lleváis a cabo, de forma que la caridad se siga haciendo patente, como hasta ahora, allí donde vosotros estéis.
¡Cuánta labor hacéis en esas 7 obras de misericordia corporales, a veces desconocidas por algunos y poco reconocidas por otros tantos, cuando os esforzáis para que el enfermo sea visitado (1), para que el hambriento pueda alimentarse (2), para que el sediento de agua o de compañía sea calmado (3), para que el más necesitado y el transeúnte tenga un hogar digno (4), para que un niño sonría el día de los Reyes con su nueva vestimenta (5), para que el preso de cualquier esclavitud sea visitado por vuestro noble corazón (6), para que alguien, sin medio alguno, repose en vuestra cripta esperando la resurrección a la vida eterna (7)!
Es de elogiar las 7 obras de misericordia espirituales que lleváis a cabo, cuando enseñáis al que no sabe con cualquier tema de formación que impartís (1), cuando corregís al que se equivoca, con cariño y desde la corrección fraterna (2), cuando dais buen consejo al que lo necesita (3), cuando sabéis perdonar el daño que os ocasionan acercándoos al sacramento de la paz y de la reconciliación (4), cuando consoláis al triste y estáis siempre disponibles para acogerlo atendiéndole desde la cercanía y escucha (5), cuando sufrís con paciencia los defectos del prójimo sin caer en el juicio personal (6), y cuando os reunís para orar por los vivos y difuntos en cada capítulo, en cada eucaristía o en el rezo del rosario cada Jueves (7).
Estáis muy bien formados en lo esencial de la vida, puesto que tenéis pilares fuertes y cimientos recios, ya que la devoción a vuestros sagrados titulares os lleva no sólo a intensificar la dimensión de vuestra fe sino a vivir al estilo de las bienaventuranzas y de las obras de misericordia, olvidadas a veces por los sabios y entendidos que no llegan a descubrir la presencia de Dios en medio de circunstancias y momentos concretos de la vida del ser humano.
La fe que no se ve llega a ser evidente por la demostración del fruto del espíritu en nuestra vida (Gálatas 5, 22). Por eso, habéis entendido perfectamente la lección magistral de Jesús en el capítulo 7 de San Mateo, versículo 16, cuando nos indica que “por nuestros frutos nos conocerán”.
De esta forma, estamos llamados a poner en práctica las palabras de Jesús que nos pide ser prudentes, para edificar nuestra “casa interior” sobre “roca fuerte” con el fin de que estemos preparados por si nos vienen las lluvias de dificultades, si llegasen los torrentes de incomprensiones y soplaran los vientos de contrariedades. Que nada nos haga sucumbir sino que seamos recios en el Señor (Efesios 6,10).
Os animo a tener una fe firme, inquebrantable e inamovible.
Un fuerte abrazo.