Historia de una donación

3459

Ramón Gómez Ravassa
Consejero

Una gratísima sorpresa

Esta historia, preciosa historia, tiene tres momentos sublimes, y un cuarto, consecuencia de los anteriores que no me resisto a describir. La vena novelera del autor, junto al interés de la noticia, exige un desglose por fases de la historia que os narro. Disculpad las formas, pero cada etapa de la historia, merece por sí misma un capítulo independiente que cuente, si es que se puede, las emociones y las tensiones que en cada momento se han vivido en el curso de los acontecimientos. Sin más, paso a contarlos.

Primer momento: la donación

Un día del mes de abril, a media mañana, se recibe una llamada telefónica en las oficinas de la Congregación de Mena. Al otro lado del teléfono, un educadísimo señor, pregunta si puede hacer una donación a la Congregación. La diligente funcionaria, recoge los datos del interlocutor, y le anuncia que traslada su deseo al hermano mayor, quien deriva el encargo a su teniente hermano mayor, Pablo Krauel Conejo, que, por fin conecta con el desconocido donante.

Se trata de don Fernando Garrido Rodríguez, un doctor arquitecto de larga experiencia, que comunica que desea hacer una donación de una cabeza de Cristo, original de Francisco Palma.

La conversación es emocionante. Don Fernando cuenta a nuestro hermano la historia de “una cabeza de Cristo, firmada por F. Palma,  que hace muchos años, le regaló a su padre, conocido cirujano, un religioso de Sevilla”.

“Que dicha cabeza, sufrió daños en la guerra, pero que nunca la quiso restaurar, y que así la ha conservado durante toda su vida  ocupando un lugar de honor en su hogar”

Comunica, igualmente, que se encuentra mayor (92 años, de brillante inteligencia y humor incontestable), y que desea donar a la Congregación ese busto, por ser devoto antiguo del Stmo. Cristo de la Buena Muerte y admirador de Palma.

Pablo Kauel conecta de inmediato con nuestra hermana Rocío Pérez Fernández, residente en Madrid, entusiasta congregante, gran conocedora de nuestra idiosincrasia  y generosa colaboradora y participante en cuantas gestiones se realizan en la capital de España. Le encarga consiga una visita con don Fernando, y le hace llegar nuestro libro “MENA, cien años de historia, cuatro siglos de devoción”, así como un documento de donación para su firma, si el hecho se ratifica.

Y así se hace. Acompañada de su hija Belén, que le sirve de “cameraman”, visita el domicilio y es recibida gentilmente, como no podía ser de otra manera, por sus anfitriones, don Fernando Garrido, acompañado de su esposa, doña María.

Y el diálogo, surge, de forma natural, emocionante. Con ciertas limitaciones físicas, son 92 años, pero con mente lúcida y preclara, hace una defensa de la cultura y el arte. Explica cómo en su trayectoria profesional, desde su época de estudiante en el Museo del Prado, el arte es su centro, consiguiendo, en una de sus obras, el Premio Nacional de Arquitectura por el edificio de Artes y Oficios de Algeciras. Nos regala un libretillo donde hace un estudio delicioso sobre el origen de la inspiración del arte basado en un texto de San Atanasio que fundamenta en el Creador todo origen de la belleza, y que ha sido centro y horizonte ultimo de su obra privada y profesional. Este estudio, de preciosa lectura, nos lo dedicó muy especialmente a la Congregación “muy agradecido por haber aceptado la custodia” de la obra que nos entrega.

Y nos narra cómo su padre, cirujano, generoso con quienes lo necesitaban, atendía gratuitamente a todo enfermo con pocos medios. Entre ellos, a frailes de conventos, que, seguramente, pasaban necesidades. Y en agradecimiento a su buen corazón le hizo entrega de un busto de un Cristo, que, reconoce, ha sido centro de devoción en su familia desde que su padre se lo legó. Se ve, claramente, su autoría: F. Palma.

La talla se encuentra deteriorada, con desconchones en la nariz y rostro. Pero aclara que nunca quisieron restaurarlo por respeto a su autor y a los malos tratos que la imagen sufrió, aunque nunca se supo el origen de tales daños.

Segundo momento: la duda

Tan pronto como las limitaciones sanitarias lo permiten, nuestra hermana Rocío, se desplaza a Málaga, portando, con cuidado exquisito, la obra donada.

Le esperan, con la máxima discreción, el hermano mayor, un teniente hermano mayor, Pablo Krauel y el albacea general José María Gutierrez. Y en el despacho, se abre el envase. La obra, ya está en nuestro poder.

La sorpresa ante la belleza del busto. La admiración por ver una obra de arte y la ilusión por haber conseguido una donación de tal belleza que incrementa el patrimonio artístico de la congregación emociona a los presentes, pero…

Y surge la tremenda duda: ¿Podría ser este busto un resto, milagrosamente no quemado de la maravillosa obra que Francisco Palma García tallara para la cofradía de la Piedad y que las hordas iconoclastas redujeron a ceniza en un malhadado día de tristísimo recuerdo?

La talla, de bellísima factura, por la postura de la cabeza, aparenta ser parte de una Piedad, de las que Palma García, y su hijo, Palma Burgos realizaron en varias ocasiones.

Y, la honradez primero, ante la duda que sobrevuela las conciencias de los presentes, se decide no dar publicidad al hecho, hasta que por quien se decida como mayor experto, aclare y certifique el origen de la obra. Si se confirmare la primera impresión, el legítimo propietario del busto, naturalmente, sería  la citada cofradía de La Piedad.

Se impone la prudencia. Se impone el silencio, y se reclama la presencia y el dictamen de un experto que aclare y defina el origen y el último propietario, si lo hubiere, de la obra donada.

Todos están de acuerdo: El doctor en Historia y catedrático de la Universidad de Málaga don Juan Antonio Sánchez López es la persona, versada en Historia del Arte y autor de una biografía de Francisco Palma Burgos, en la que confiamos nos aclare las razonables dudas que se nos ofrecen.

Por lo que, hasta ese momento, no se da publicidad a la preciosa donación.

Tercer momento: el dictamen

Un doce de mayo, y en presencia de las mismas personas que recibieron el busto y el acompañamiento del que escribe estas líneas, acude, servicial y generoso, como siempre, el doctor López Sánchez. Se le enseña la obra, y tras mirarla y admirarla detenidamente, y tras varios comentarios sobre detalles de la misma, comenta lo siguiente, que ratificará en certificado posteriormente:

“Este busto, junto con la Dolorosa que tenéis en la cofradía (donación que fue de la familia Pérez-Bryan) y cinco pinturas más fueron presentadas por Francisco Palma Burgos en la Bienal de Córdoba el año 1931, con ¡16 años!

Está documentada en la biografía de Palma Burgos, (pag. 55)  del autor, y fue hecha en honor a su padre Palma García, como compensación y desagravio a la que meses antes quemaron en Málaga. Hay una foto donde figura el busto, junto con la medalla que obtuvo y una foto de su padre, como recuerdo del momento.

Incluso, y como detalle anecdótico, firmó, F. Palma, (con trazos claramente diferente de su padre en zona vista de la talla  como ratificando el carácter simpático de la autoría.

El busto se talló sólo la parte anterior de la cara, quedando plana la parte posterior, y dando toques de gubia en la base de la obra, como si hubiese sido expresamente  dañada.”

Y terminó: “Tenéis la suerte de contar en vuestra cofradía con las dos obras que Palma Burgos presentó en aquella exposición, y con sólo 16 años. Enhorabuena”.

Prometió, en cuanto sus ocupaciones se lo permitieran, dar un dictamen escrito que ratificare cuanto en la reunión  se explicó.

Cuarto momento. ¿Y ahora?

Lo primero agradecer la gestión de nuestro amigo el doctor Sánchez López su invalorable dictamen y su generosidad demostrada en cuantas oportunidades hemos acudido a su reconocida cultura.

Lo segundo, preparar y decidir, que cuando se estime oportuno, se presente a la veneración de los congregantes en la forma adecuada. Una belleza de tal categoría debe ser expuesta y dada a conocer.

Y sobre todo, nuestro eterno agradecimiento a un señor, don Fernando Garrido y a su esposa, doña María, por su generosidad, por su bonhomía y por su ejemplar demostración de fe cristiana que en todo momento supo transmitir.

Dios se lo pague.